Semillas de futuro

Escrito el 25/05/2025
Alejandra Scarlis


Cada vez que quieras o decidas intentar algo nuevo, tendrás que correr el riesgo de que no te salga bien.

Pueden ser cosas pequeñas como la compra de un pantalón, un vestido o un par de zapatos, que, por alguna razón, luego nos dimos cuenta de que no nos quedaba bien, o no nos era cómodo.

Este mes, por ejemplo, decidí comprar semillas y plantar albahaca, perejil, cilantro y otras hierbas. Con el tiempo me di cuenta de que las macetas que había elegido no eran las apropiadas; que la forma en que sembré las semillas fue incorrecta; y que el lugar donde las puse no recibía suficiente sol. En otras palabras, había hecho todo mal. Sin embargo, durante varios días—semanas, de hecho—seguí intentándolo.

Hoy, en un rapto de pragmatismo, decidí que era hora de dejar de insistir: tiré lo que ya no tenía oportunidad de crecer, limpié el balcón, cambié de lugar las macetas, reutilicé la tierra y sembré brotes nuevos de plantas que ya tenía. Cuando volví a mirar el espacio, lo que vi era tan bonito y tan alegre que me motivó a compartir esto contigo.

Si no estamos contentas con los resultados de lo que hacemos, es momento de empezar a orar y buscar algo nuevo. Necesitamos asumir riesgos controlados con mayor frecuencia.

¿Qué quiero decir con esto? Muchas veces no nos atrevemos a avanzar porque dejamos que nuestros errores permanezcan delante de nuestros ojos todos los días, como un recordatorio de que no podemos, no somos suficientes, no sabemos, somos limitadas, «esto es lo que merecemos» (y todas las demás frases que solemos decirnos en silencio).

Sin embargo, la manera en que aprendemos es haciendo; es decir, implica equivocarnos no una sola vez, sino muchas. Nosotras podemos maltratarnos y no perdonarnos nuestros errores, pero Dios no es así. Dios nos ama con amor perfecto. Él sabe que vamos a equivocarnos y también sabe cómo vamos a reaccionar frente a ese fracaso; aun así nos ama y nos alienta a seguir caminando. Permanece presente en nuestra vida; cuando hayamos aprendido lo que tengamos que aprender, allí estará, no solo listo para levantarnos, sino también para darnos lo mejor de lo mejor.

A riesgo de parecer herética doctrinal, permíteme tomar Mateo 8:18-22 y Lucas 9:57-62 y darles un giro más cotidiano, porque creo que el principio se aplica a lo que estoy compartiendo hoy. Si queremos empezar algo nuevo, no podemos seguir aferrándonos a los «muertos» del pasado. Lo más probable es que, si seguimos contemplando nuestra situación actual, con el tiempo ya no nos animemos a iniciar nada nuevo y acumulemos excusas ilimitadas para justificar que no nos atrevemos.

 Es necesario que sepamos a donde queremos ir, calculemos el costo (en ambos pasajes Jesús les deja bien claro cuál sería el costo), y sin detenernos a mirar atrás, vayamos tras lo nuevo que queremos emprender.

De no ser así, siempre tendremos argumentos más que suficientes, los cuales estarán delante de nuestros ojos, para continuar en una cómoda infelicidad.

 

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Los que querían seguir a Jesús

Mateo 8:18-22

18 Viéndose Jesús rodeado de mucha gente, mandó pasar al otro lado. 19 Y vino un escriba y le dijo: Maestro, te seguiré adondequiera que vayas. 20 Jesús le dijo: Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza. 21 Otro de sus discípulos le dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre. 22 Jesús le dijo: Sígueme; deja que los muertos entierren a sus muertos.

Lucas 9:57-62

57 Yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré adondequiera que vayas. 58 Y le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza. 59 Y dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre. 60 Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios. 61 Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa. 62 Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.